


Como yo lo siento más allá de mi silencio


No hay droga más peligrosa que la química entre dos, esa que surge en el instante, sin aviso, que prende fuego en las miradas, sin necesidad de palabras. Es una mezcla de hormonas y deseos, una reacción que no pide permiso, que se apodera del alma, del cuerpo, como un elixir oscuro que nunca deja de ser adictivo. El corazón late más rápido, los pensamientos se dispersan en mil direcciones, y en cada gesto, en cada roce, el aire parece cargado de una fuerza magnética. Es una sustancia que se inhala sin querer, que se desliza por las venas con cada encuentro, que envuelve, arrastra y consume, dejándonos atrapados en su hechizo. No hay nada más envolvente que la conexión profunda e inexplicable que surge entre dos personas que se reconocen, que se entienden sin palabras, y que se pierden el uno en el otro. Es un viaje sin mapa, una locura controlada que te envuelve en su niebla, es el juego peligroso de lo desconocido, el equilibrio entre el amor y el caos. La química entre dos es un veneno dulce, un abrazo mortal que se te mete en los huesos, y, a veces, no hay forma de escapar cuando la adicción se convierte en necesidad. Porque en esa química, en ese dulce veneno, es donde se encuentra lo más real, lo más irracional… y lo más hermoso.